Cuando llegas ante la costa de la creación, conforme vas ganando impulso, encuentras a otros que cogen fuerza a tu lado, y juntos, en masa, con ideas simultáneas y similares formáis una ola que estalla, al fin, de forma catártica contra la rompiente de lo público.
Una obra culminada, cargada de sal y espuma, que como esta se desvanece. Y junto a estos compañeros y a otros que llegan, vuelves una y otra vez, ora a la cresta, ora al rompiente.
Pero la marea pasa, la mar muda y, perdidos aquellos compañeros que decidieron evaporarse en la arena sabiendo el deber cumplido, puedes llegar a ver que no son del todo conocidos aquellos que retoman la ola, que el reflejo de su oleaje no es el tuyo y de una manera terca luchar por permanecer informado de los cambios en la mar, incluso cuando careces de tiempo para volver al rompiente. Y como espuma muerta permaneces en un devenir, y sin envidia sientes que ya no es que no puedas regresar, es que no quieres. Qué es la creación sin deseo sino un consumirse en la repetición.
Es entonces, cuando en contra de toda lógica, si aún no buscas evaporarte en la arena, que has de olvidar la espuma con su ensordecedor rompiente. Has de evitar regresar a una ola que no es la tuya. Y de vuelta a la mar, reencontrarte con esas corrientes que te dieron vida, reformarlas, buscar compañeros entre las aguas y, juntos, cuando estés preparado, retornar con una ola que una vez mas tendrá tu olor y tu sal.